Una de las cosas que me encanta hacer en mis ratos libres, que sí, debo admitir que son pocos y espaciados en el tiempo, pero aún así los tengo, es hacer crochet.
Sí, lo se, suena a abuela y precisamente de ella es de quién heredé esta práctica afición. Recuerdo sentarme con ella las tardes de verano en su patio, lleno de plantas, al fresquito y pedirle que me enseñara a hacer ganchillo (así lo llamaba ella). Empecé por lo básico, la cadeneta y poco más.
Con la adolescencia esta afición la cambié por otras como la música de grupos llamados "New Kids on the Block", aunque esa historia se merece un post aparte. Y pasaron los años y decidí retomar las labores.
Es algo que me relaja muchísimo, me concentro y no pienso en nada más, poco a poco voy avanzando y me atrevo con proyectos más complicados y nuevos puntos.
Y ese es otro de mis pequeños placeres, sentarme en el sillón con mi manta en los pies y un agradable y fiel compañero, Ziro, que me ayuda a contar los puntos y que no se me escape ninguno.
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